Me
recargo en el picaporte
Orino fluidamente
después de una,
o dos,
o tres,
o unas cuantas
copas de brandy barato.
Río feliz,
mientras limpio el sudor de mi cara,
me restriego unas
penas absurdas
que me hacen reír
y llorar
y reír
y así viceversa,
durante toda la noche.
Yo me mantengo
alcoholizado y eso es lindo,
sonrío a mi madre,
a la mesa que me
mira
celosamente,
al cenicero que
aguarda
la colilla
violenta
al foco que espera
mi sueño.
No caigo.
No caigo.
Aún permanezco firme,
tambaleante,
erótico como luna
llena.
Abro una puerta y
nadie ríe,
abro un sol y
nadie llora
abro una luna y
nadie habla
Me recargo y no me
soporto,
No soporto mi
peso,
Ni mi voz
Ni el tiempo.
Nada.
Pero todo pasa
así,
como si fuera nada
no sé qué hacer,
qué decir,
qué.
Un semáforo en
rojo siempre detiene,
pero no se detiene
o si,
pero no sabes
es subjetivo
y eso huele a
mierda.
No sabemos nada,
el hoy se disfraza
de pasta
mañana seremos
vino,
ayer fuimos
ceniza,
no hay presente
porque
nunca vivimos en
él.
Me gusta el
picaporte,
ahí me recargo
y suelto
y desahogo
y desazolvo
y destapo
y descargo
todo
todo
lo que me sobra.
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