miércoles, 10 de agosto de 2016

Me recargo en el picaporte

Me recargo en el picaporte
Orino fluidamente después de una,
o dos,
o tres,
o unas cuantas copas de brandy barato.
Río feliz, mientras limpio el sudor de mi cara,
me restriego unas penas absurdas
que me hacen reír
y llorar
y reír
y así viceversa, durante toda la noche.
Yo me mantengo alcoholizado y eso es lindo,
sonrío a mi madre,
a la mesa que me mira
celosamente,
al cenicero que aguarda
la colilla violenta
al foco que espera mi sueño.
No caigo.
No caigo.
Aún permanezco firme,
tambaleante,
erótico como luna llena.
Abro una puerta y nadie ríe,
abro un sol y nadie llora
abro una luna y nadie habla
Me recargo y no me soporto,
No soporto mi peso,
Ni mi voz
Ni el tiempo.
Nada.
Pero todo pasa así,
como si fuera nada
no sé qué hacer,
qué decir,
qué.

Un semáforo en rojo siempre detiene,
pero no se detiene
o si,
pero no sabes
es subjetivo
y eso huele a mierda.
No sabemos nada,
el hoy se disfraza de pasta
mañana seremos vino,
ayer fuimos ceniza,
no hay presente porque
nunca vivimos en él.

Me gusta el picaporte,
ahí me recargo
y suelto
y desahogo
y desazolvo
y destapo
y descargo
todo
todo

lo que me sobra. 

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