viernes, 23 de marzo de 2018

Voz



Puedo enamorarme de una voz
[tu voz] sólo escuchándola.
Tu voz inmaculada que
cálidamente resbala
por mis oídos,
la atrapo y
la hago mía
para ponerla en mi almohada
o en el desayuno.
Tu voz llena de colores,
aromas y una textura que,
me resulta imprescindible.

Me puedo enamorar de tu voz
y ello implica no verte;
extraña lejanía que
me parece cercana.
Tu voz tiene el sabor
de una fruta dulce
almíbar que recorre,
con asombrosa presteza,
kilómetros y cuerpo.
Mi cuerpo.

Tu voz es lumbre
que consume ansias
y regala flores.
Tu voz me llena de gloria
me consagra y me eleva,
me bautiza y también
me excomulga.
Divina voz que te acompaña
y que me condena
al eterno vicio de escucharla.
Íntima voz la tuya
que me revela paisajes
y nuevos horizontes
siempre imaginarios.

Tu voz, meliflua voz,
tierna, febril y
recalcitrante,
tu voz que como espiga
de trigo emerge del campo,
tu voz eterna y atemporal
tiene otros dotes
menos místicos
y más concretos,
es una cualidad inmarcesible
valiosa aún más que la propia voz:
                                                       La palabra...
                                     Y también me puedo enamora de ella.